viernes, 18 de noviembre de 2016

La canción en el lecho de muerte

Hace unos días en pleno almuerzo en familia, salió un tema bastante incómodo: ¿Cuál era la última canción que cada quien quería escuchar antes de morir? Me apresuré a decir que ese no era un buen tema para almorzar, y alguien me respondió que no debía temerle a la muerte.

Más que a la muerte, yo le temo a una vida frívola. 

Antes de conocer a mi prometido, estaba en una relación con un rockero. Este muchacho era baterista aficionado, sabía muchísimo de rock, escuchaba todos los géneros y mantenía en su apariencia coherencia con sus intereses. Sin yo quererlo, fui arrastrada un poco por esa onda, y lo acompañé a sus conciertos y me senté con él horas a escuchar sus álbumes favoritos. En una ocasión, mientras empezaba alguna canción, él me dijo "esta es la canción que quiero que me pongan en mi lecho de muerte". Algún gesto de aprobación hice, pero caí en cuenta de que yo nunca había pensado en eso. Jamás se me había ocurrido escoger una canción para mi lecho de muerte. 

Al principio pensé que necesitaría no una sola canción, sino una playlist. Luego recordé que había una canción que me daba mucha paz. Llegué a la casa a escucharla y me di cuenta de que por la letra ya quedaba descartada. No había canción en el mundo que conociera que expresara lo que yo sentía acerca de la muerte y el mundo futuro, y eso que no era una católica muy comprometida en ese entonces. 

Las cosas no funcionaron con este chico y la relación terminó mientras yo tenía un fuerte proceso de conversión. Luego conocí a mi prometido, quien me llevó al coro de la Catedral. Mi percepción de la música cambió por completo al cantar música sacra en la misa. Tengo un artículo más completo sobre esta experiencia en mi otro blog.  


A pesar de que no era muy practicante ni conocedora de la fe con la que nací, la magnitud y el carácter incomprensible para el ser humano de la muerte eran algo que siempre tenía presente. Ninguna canción que no tuviera el propósito de reflejar el misterio de Dios iba a ser suficiente, jamás. Este sentir facilitó mi conversión. Estoy segura de que para los no-religiosos, la música sacra, más que aburrida, es incómoda, porque se confrontan con su propia pobreza espiritual. Mejor reducir la muerte a lo que se gozó en vida, que tras la muerte no significará nada. Es como reafirmar que la existencia es frívola y egoísta, y ese es su fin. Hay quienes sabemos (no solo creemos) que no es así.

Las canciones elegidas en la mesa del comedor aquel día se regían por ese criterio: canciones que reflejen lo que hice en vida, lo que disfruté, o peor aún, en lo que jamás cedí. Yo tenía gran dolor porque sus elecciones no reflejaban más que terquedad, ego, hedonismo, la perdición. Supongo que cuando el momento llegue, ni se acordarán de esas canciones que no traen más que angustia para el alma que presiente que le llegó la hora.

Por mi parte, ahora pienso que la música que quiero en mi lecho de muerte es el rumor de las oraciones de la gente que amo y tal vez un sacerdote absolviéndome. Sin embargo, les dejo esta excelente opción por si insisten en tener una canción. 

El último mes

Mi querido y maltrecho Mac de segunda mano, que alegría me da estar acariciando tus suaves teclas, en comparación con las del enorme y profe...