lunes, 30 de octubre de 2017

Cantar por la calle

Hace poco más de dos años estaba preparando todo para irme a estudiar la maestría en Inglaterra, y el estrés me bajó las defensas y perdí la voz unas tres semanas antes de viajar. Incluso presenté la entrevista para la visa en plena disfonía, y tardé en recuperar la voz para hablar como 15 días. Ni se diga la voz para cantar... Cuando llegué a las frías islas británicas no podía cantar, no sólo porque no tenía voz, sino porque no me nacía, no me sentía cómoda del todo, y eso que yo era de esas personas que se la pasaba cantando todo el tiempo, sobretodo cuando iba caminando por la calle. 

Todo aquel año en el extranjero me privé de cantar en la calle, a pesar de que fui recuperando la voz e hice parte de coros, y también canté bastante en la ducha y en la cocina. Cuando volví a Colombia hace un año, fui víctima de dos robos a mano armada, y perdí por completo la soltura y la confianza en "el afuera": así le llamo ahora a doquiera que es fuera de una casa, así sea dentro de un local o centro comercial.

Sin embargo, el otro día salí de mi casa y en seguida comencé a cantar cualquier canción, como si no tuviera ningún control sobre la acción, y me sorprendí mucho. Me sorprendí sobretodo porque me dí cuenta de que mi voz "pop" ha mejorado, a fuerza del trabajo como cantante lírica. Desde entonces me ha pasado más seguido que me pillo a mí misma cantando por ahí mientras voy caminando, y es increíble el efecto que tiene, es como comenzar el día con el pie derecho (izquierdo en mi caso, porque soy zurda). 

Pensando en eso recordé una frase que había leído de R. L. Stevenson, que dice:


"Todo el que es feliz tiene el impulso de cantar, sepa hacerlo o no."


Una frase muy simple, pero que sólo comprendí hasta ahora. Cuando uno es tan joven como yo lo he sido toda mi vida, pues apenas estoy en la mitad de mis 20, no se percata mucho de que es feliz, y eso que siempre tuve reputación de ser alegre, pero con un toque melancólico. Es cuando la vida se torna un poco más compleja que uno empieza a hacer conciencia de ello, no obstante, yo estoy en un momento difícil de mi vida: No tengo un empleo ni una situación económica estable, mi prometido tampoco y no hemos podido casarnos; la relación que llevo con mi familia es apenas cordial, debido a nuestras abismales diferencias políticas; no estoy en buenos términos con la familia de mi novio; con el coro no estamos en el estado más óptimo entre nosotros; etc. 

Procedo a preguntarme entonces ¿Soy feliz? La respuesta yace en un consejo que le daba a una amiga el otro día: hay que vivir las batallas del día, porque cada día trae su afán. De este modo he estado viviendo y en ello encuentro tranquilidad y felicidad. Tengo planes a largo plazo y acciones que siempre van pensadas a algo mayor, pero me concentro en sacar cada día un grupo de tareas que me he puesto y en ser fiel a mi rutina humana y espiritual. En resumen, en aprovechar cada una de las 24 horas, aún las de sueño, porque me gusta darle al sueño la importancia y las horas que garantizan una buena salud. 

Hace unos meses la incertidumbre me consumía. El no saber cómo iba a salir adelante, cómo íbamos a poder casarnos con mi prometido y la lentitud del progreso de mis iniciativas personales como este blog, casi me hacen caer en un estado de desesperación. Sin embargo, en la vida de oración vi claramente que mi vida no me pertenece, y que si es poco lo que puedo hacer, eso poco haré mientras espero en Dios. Luego me consagré a María, para que ella saque el mayor provecho de mi pequeña vida, y por eso estoy tan satisfecha.


El último mes

Mi querido y maltrecho Mac de segunda mano, que alegría me da estar acariciando tus suaves teclas, en comparación con las del enorme y profe...