sábado, 19 de agosto de 2017

Escuchar música en la calle


Hubo un tiempo en el que se me habría hecho impensable salir a cualquier parte sin mi iPod, porque el auge de estos bellos aparaticos me tocó en plena adolescencia, cuando lo más "cool" que podías tener era en principio un Discman, y luego un iPod, el rey de los reproductores mp3. Yo no tuve un iPod original sino hasta que salí del colegio y entré a la universidad, antes solo tuve reproductores de música de otras marcas, con una playlist que no excedía las 60 canciones.

Desafortunadamente, cuando entré a la universidad corroboré que vivo en una ciudad con un alto índice de crimen, y a pesar de que hasta entonces sólo me habían robado sin que me diera cuenta (no de aquella forma humillante que es verse confrontado por el ladrón), empecé a ser más cuidadosa y a no escuchar música en plena calle, o en contextos en los que me podía ver vulnerable.

Viviendo en el extranjero, el reproductor de música se convirtió en mi compañía fiel e inmensa alegría en los viajes en tren y en avión. Un viaje cambia muchísimo cuando uno le pone banda sonora, porque los paisajes se aprecian diferente, y el significado de la situación toma peso y se potencia, no sé... Así lo describiría yo. Pero ya cuando regresé a mi país, no tuve más ocasión ni más forma de escuchar música afuera, porque no me trasladé en mucho tiempo y además mi aparato se dañó.

Hace dos meses que fui al Valle del Cauca, sí que me hizo falta escuchar mi música en los viajes, porque es más: sin la música se me hicieron un poco tediosos, o no los pude saborear como hubiera querido. Entonces decidí comprarle a mi humilde celular (porque lo compré por ser el menos costoso que pude encontrar) una memoria microSD, y le metí unos cuantos álbumes al celular. Desde entonces he salido dos veces a caminar escuchando música, a pesar de que por la experiencia de los atracos que mi prometido y yo vivimos desde que volvimos al país, no he podido disfrutar por completo la experiencia. 

Si es verdad que la realidad queda adornada de lo que sea que la música que a uno le gusta le ponga, en mi caso, de entusiasmo y optimismo, pero me queda un sinsabor extraño. No sé distinguir lo que me pasa, si es que la calidad de las grabaciones no se escucha bien afuera... Es como si escuchar música en paseando por la ciudad ya no me consolara o fuera un refugio, como si lo era en mi adolescencia, y menos si no puedo escucharla con todos sus elementos y texturas a menos que me quiera reventar el oído subiéndole al máximo el volumen.

He descubierto que hay géneros y álbumes que funcionan mejor, y la verdad es que U2 y John Mayer siempre me van a poder acompañar y ofrecer lo que busco, pero la música clásica que a mí me encanta, no queda para nada en este contexto. Tengo que seguir mirando qué me funciona, porque sería interesante devolver esto a mi rutina. Más adelante hablaré un poco más del matiz que le daba a mi realidad la música que escuchaba cuando tenía iPod, y lo que resulte ahora.


El último mes

Mi querido y maltrecho Mac de segunda mano, que alegría me da estar acariciando tus suaves teclas, en comparación con las del enorme y profe...