lunes, 27 de marzo de 2017

Concierto de Lanzamiento, Tomás Luis de Victoria y algunas reflexiones

Durante lo poco que llevamos de este año 2017 he tenido el honor y la dicha de construir con unos amigos un proyecto de música sacra: Philokalia Cantorum. Somos un coro pequeño cuyos integrantes, además de compartir cierto talento para cantar, compartimos también aspiraciones espirituales y el amor a Dios y a la santa Iglesia Católica.

El sábado pasado hicimos un Concierto de Lanzamiento con la intención de darnos a conocer. Preparamos repertorio sacro que abarcaba desde Canto Gregoriano hasta un par de piezas de compositores del siglo XX. De un punto al otro recorrimos casi todos los periodos de la historia de la música occidental.  El concierto fue un éxito a pesar de que llovió torrencialmente la mayoría del tiempo, y más que la recompensa que podíamos recibir del público, nos reconfortó una profunda satisfacción espiritual. En mi caso era como una embriaguez de belleza, de intenciones de santidad y perfeccionamiento maximizadas en la música y ofrecidas en ella, y se me inflamó el corazón de esperanza y piedad. Han pasado tres días y la sensación se ha diluido un poco, pero la retengo como puedo. 


Del repertorio que cantamos, mi pieza favorita fue el Improperie Popule Meus, musicalizado por Tomás Luis de Victoria, que haría parte del rito de la Adoración de la Cruz. Esta pieza se me hace absolutamente hermosa y sobrecogedora, aún más tomando en cuenta lo bien que refleja el texto. La música traspasó los límites del periodo en que fue escrita, y la he sentido muy actual, cercana a mi realidad, imposible de no vivir y sentir. Invito a los lectores a que la escuchen y profundicen en el texto y el lugar que tiene en la liturgia.

El Popule Meus es la única pieza de Tomás Luis de Victoria que tenemos ensamblada. La propuso mi prometido, uno de los tenores del coro, porque Victoria es su compositor favorito. Por esto mismo, él ha compartido en la página de Philokalia un documental acerca del compositor, y yo acabo de vérmelo entero. Lo empecé sin mucha convicción o entusiasmo, pero como se supone que también soy compositora, me inquieta la vida de cualquier otro compositor; y vaya que no me esperaba la vida de este.

¿Cuántas veces, antes de mi fuerte conversión, me convencí de que los músicos no podían ser buenos y santos? Y con toda razón, porque nací en el siglo XX y crecí en el XXI, cuando la música de mayor difusión apela a lo más bajo del ser humano.  Como he añorado un modelo como Victoria, cuya música refleja su sincera búsqueda y la honestidad de su caminar. Tomás Luis de Victoria compartió la sed espiritual y el fervor con los que nosotros fundamos Philokalia.

Se me ocurre que el misterio característico de su música, que en el documental no saben decifrar muy bien, es su honestidad y sinceridad. Como si a través del vidrio transparente que es la música viéramos claramente las interpretaciones y los sentimientos que despertaban los textos sagrados en el piadoso Tomás Luis; interpretaciones inspiradas, y sentimientos piadosos que son los mismos a lo largo de la historia en quienes vivimos esta fe, porque los textos son siempre los mismos, al igual que los dogmas, la Iglesia siempre es la misma. 

El tiempo no es barrera cuando a través de la fe y de la música, el corazón de Victoria y el de mi prometido se unieron profundamente y la obra del primero elevó al segundo, y contribuyó a la salvación de su alma. Victoria hizo lo mismo en mí y en muchos otros oyentes, todo por la gracia que refleja su música, obtenida a partir de sus sinceros y honestos esfuerzos de conocer a Dios y perseverar en la fe. Hasta hoy hice la conexión de que, cuando hace un par de años yo estaba decepcionada por las pretensiones y la insistencia en la fealdad de la música contemporánea, fue una pieza de Victoria la que le devolvió el encanto, y volví a amarla.

¿Por qué en la Iglesia se buscará últimamente ajustarse a la época y evangelizar contaminando los lenguajes con mundanidad? El tiempo podrá mover al mundo, pero la Iglesia no cede ni cambia, y encontramos consuelo, respuestas, y a Dios mismo en esa Iglesia que no se inmuta.

El último mes

Mi querido y maltrecho Mac de segunda mano, que alegría me da estar acariciando tus suaves teclas, en comparación con las del enorme y profe...