lunes, 13 de julio de 2020

Mi historia con el tiple

Hace dos años escribí acerca de mi bandola: impresionesceballina.blogspot.com/fiebre-de-bandola

Así que recapitulando: Cuando estaba en el colegio era bandolista en la estudiantina de música colombiana. Tocaba la bandola andina, el instrumento melódico al que acompañaban el tiple, la guitarra y hacia el final el contrabajo. Ese era el formato instrumental de nuestra estudiantina. 

Mis papás quisieron que aprendiera guitarra desde muy pequeña, pero no le encontré el gusto porque me salían unas ampollas terribles, y progresaba muy lento como para sentirme motivada. Sin embargo aprendí lo básico, y sé cómo funciona el instrumento. Como mis dedos son de yema pequeña la bandola me pareció más fácil, pues las cuerdas eran más suaves y las distancias menores, y por su carácter melódico no requería de aquella pesadilla técnica llamada cejilla, que me hacía doler la mano. El tiple se me hacía similar a la guitarra, entonces no quise ni intentarlo. 

Años después, ya en mitad de carrera, me hice muy frecuente en la casa del grupo apostólico al que pertenecí muchos años de mi vida. El sacerdote que nos dirigía era muy viejito en ese entonces, y además era invidente, pero para mí era como mi abuelito, lo quería muchísimo. Me hice muy amiga de la empleada doméstica de la casa y del chofer, y me encantaba ver la televisión con ellos y contarles mis problemas. El padre tocaba el tiple, con él se acompañaba y cantaba muy bien las canciones de misa, cumbias, bambucos y rancheras. Un día, sabiendo que yo andaba por ahí desocupada, me pidió que afinara su tiple, a pesar de que le dije que no tenía ni idea de cómo, pero él me dictó las notas de afán y se fue. Afiné lo mejor que pude el tiple y me puse a experimentar con él porque no había afán de entregarlo. 

La sonoridad era especial, como la de una guitarra de doce cuerdas pero mejor, con todo ese derroche de armónicos, y el mástil no era tan ancho como el de una guitarra, en general era más pequeño y manejable. Desde ese momento me obsesioné con tener un tiple, así que con un dinero que había ganado cantando villancicos en Navidad, me compré uno, el más barato que encontré, porque era sólo para aprender. 

Aprendí las nociones básicas y compuse muchas canciones con él, pero la fiebre se pasó pronto, porque se diluyó entre otras ocupaciones, y me di cuenta de que no era muy buena, no es que me saliera muy natural. Lo abandoné, lo dejé llenarse de polvo y me fui a Inglaterra a hacer la maestría sin él. Es más, no lo extrañé mucho tampoco. 

Cuando me casé lo desempolvé y lo abrí, al tiempo que lo hice con la bandola. Repasé las nociones básicas con ayuda de algún video de YouTube y volví a intentar tocarlo. Lo llevé a un almacén de guitarras para un cambio de cuerdas, y el tipo lo miró con desaprobación y me dijo que no era un tiple NADA fino. Pero bueno, ya un poco más madura, y con el tiempo disponible, he podido sacarle lo necesario para acompañarme. Porque en el piano toco muchas piezas de piano solo, y no siempre canto, pero siempre que toco tiple canto, y lo prefiero cuando me siento melancólica o romántica. Su tamaño se ajusta al tamaño de mi cuerpo de forma que en vez de cubrirme como una guitarra, se hace parte de mí, y lo puedo tocar sentada en el sofá o en mi cama, no como el piano, que está fijo en un lugar. 

Más adelante, si el dinero me sobra, me gustaría tener un tiple más fino, y aprender la técnica con más seriedad. 

El Curita dueño del tiple que afiné aquel día falleció hace unos años, y su muerte es lo que más me ha golpeado en la vida, porque no he perdido a ningún familiar aún, y él era como familia para mí. Cuando estoy tocando canciones en el tiple pensadas para entretener a las personas cuando se ofrezca, me acuerdo de él y del genuino cariño con que cuidaba de mi alma y a la vez me celebraba mis peculiaridades y motivaba a ser única... Me da tristeza, pero también siento que su presencia se perpetuó en mí a través del tiple, y así nunca lo olvidaré. 

El último mes

Mi querido y maltrecho Mac de segunda mano, que alegría me da estar acariciando tus suaves teclas, en comparación con las del enorme y profe...