viernes, 30 de junio de 2017

Impresiones de un paseo

Estamos en mitad de año, y aunque aquí no haya estaciones y yo en particular no tengo un trabajo formal del cual salir a vacaciones, me he dado dos semanas para salir de la rutina: la presente y la anterior. La presente semana no pude retomar mi rutina porque me agarró un virus que entre otras cosas, me ha dejado disfónica, y no tengo voz para cantar, que es mi principal oficio; pero la semana pasada  fue porque estuve de paseo. 

Hace ya casi un año que volví de vivir en Inglaterra, y no había tenido la oportunidad de viajar por mi país Colombia, para recordar el paisaje tan rico y peculiar que tenemos aquí. Había estado más que todo en Bogotá, y aquí por los lados de la Sabana. La semana pasada estuve en el Valle del Cauca, es decir el valle del río Cauca, más o menos en el centro-occidente del país, porque una amiga me invitó a pasar un tiempo en la Hacienda en la que vive a hora y media de Cali, la cuidad principal de la región. 

No era la primera vez que visitaba el Valle, de hecho la familia de mi papá es de allá, pero esta vez la vi con otros ojos. Como me quedé en el campo, el paisaje que nos rodeaba era imponente y casi que no se puede comparar con la bella y tranquila campiña inglesa a la que me había acostumbrado, o al amplio y frío altiplano cundiboyascence. Era un cuadro de montañas de distintos verdes como superpuestas unas sobre las otras, y en la cercanía se veían las lomas de distintas alturas adornadas con pequeñas fincas o casas de campo, cultivos y una parte del pueblo. Ya en el primer plano, se veía desde la Hacienda la frondosa vegetación como selvática que le recuerda a uno que después de todo, estamos en el trópico en todo su esplendor. 


 En contraste con esta renovada fascinación por el paisaje, casi no puedo con el ruido de las cigarras o "chicharras" que están en plena temporada. Es increíble la estridencia de dichos insectos gigantes, y tampoco es que amara mucho mis otros encuentros con los demás bichos, y eso que la casa en la que estuve era bastante limpia. Al final resulta que soy una niña de ciudad, y no lo puedo negar. 

Me propuse no llevar nada más de tecnología que el celular para comunicarme con mi familia, y por temor al aburrimiento llevé libros, cuadernos para escribir y cuadernos pentagramados. No pude llevar tejido por lo que viajaba en avión con poco equipaje, y en la cabina no me iban a dejar llevar las agujas, armas mortales si se quiere. Hace mucho que no leo con constancia, yo que siempre fui una lectora consumada... Leer se me hace una actividad pesada últimamente, y no tengo que esperar mucho para que me venza el sueño. Sin embargo, allá eso no me pasó, y no solté el libro que llevé casi que en ningún momento. Mi mente estaba sorprendentemente clara, no tenía sensación de pesadez o cansancio de ningún tipo, y fácilmente me sumergí en la historia, como en otros años. 

En general, tuve la mente muy clara y libre esa semana, y eso que la vida aquí seguía, nada iba a cambiar, aquí en Bogotá me esperaban mis proyectos, mis amigos, mi familia, todo iba a estar igual, y yo lo sabía. Eso me llevó a pensar que tal vez no son las preocupaciones u ocupaciones lo que me bloquea, porque eso de la lectura solo es uno de los bastantes ejemplos de actividades para las cuales ya no tengo tiempo o me toca forzarme a hacer. La soledad tampoco fue lo que me aventajó, porque en Inglaterra tenía las mismas dificultades que aquí.

Tengo la impresión de que es una cuestión de espacio. Tanto en Inglaterra como en casa, tengo muy poco espacio para mí... En ambos casos se trata de mi habitación y tal vez la biblioteca, para la cuál hay que tomar transporte. No importa que la Hacienda estuviera rebosante de gente, siempre había lugares para variar: podía estar en mi habitación, o podía estar bajo alguna mesa con parasol al aire libre alejada de la actividad de la casa, todo dentro de la misma propiedad. Aquí miro por la ventana, o salgo a la puerta de mi casa y en ambas ocasiones, lo que veo es la casa de enfrente a 6 metros. Allá salía de mi habitación y de una vez me tropezaba con aquel paisaje bellísimo. 

Por otro lado, no tenía la tecnología que me distrajera, no tenía cómo ver mis correos, o los mensajes de mis amigos, no tenía cómo ver una película o un video, y no podía escuchar mi música. Mi celular, para mi fortuna, es muy limitado. Había un piano en la casa, el cual toqué varias veces con placer. Supongo que mucho del cerebro se gasta en el deber creado de consultar las redes sociales y los distintos medios de comunicación; sólo en aquella necesidad falsa y en la expectativa de lo que encontrará uno allí, etc. 

Nunca pensé que sería de ese tipo de personas que necesitan espacio físico para crear espacio interior, pero ahora todo cobra sentido. De hecho mi prometido es así, y ahora lo comprendo. También reconfirmo que hay que darle su lugar al internet, como yo esa semana, es decir: el último lugar, porque de otra forma, nunca viviremos realmente.



El último mes

Mi querido y maltrecho Mac de segunda mano, que alegría me da estar acariciando tus suaves teclas, en comparación con las del enorme y profe...